Este libro, “La traducción del mundo” está concebido para explicarle al lector que la ficción, aparte de entretener, tiene otros valores. Principia Juan Gabriel Vásquez reafirmando ambas libertades, la del que escribe y la del que lee. El uno, que exprese lo que le pase por la cabeza. El otro, que, arguya con el libro desde su punto de vista. Es el contrato. Pero Vásquez apunta más. Destaco como ejemplo lo que quiere que veamos en las “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar.
Dice que a la autora, deseando mostrarnos quien fue Adriano, no le venía bien biografiarlo. Sabía ella que una simple recopilación de hechos no iluminaría los entresijos de su alma. Como lo que desea es darnos a conocer un ser de carne y hueso, recurre a la ficción de resucitarlo. De qué manera, suplantándolo y que él cuente de su vida lo que quiera. El lector es consciente de la impostura, pero le sigue el juego a Marguerite. Al final se habrá hecho una idea menos encorsetada y más coherente de la de un biógrafo o un historiador. A fin de cuentas, ni en presencia nos es dado conocernos unos a otros al cien por cien. A lo más que llegamos es a hacernos una idea. Marguerite hizo la suya y nos la dio honradamente.
Ficticio es un adjetivo derivado de "fingo", verbo latino versátil donde los haya. En esencia, quiere decir dar forma, modelar, pero también imaginar y fingir. De hecho, su participio de pasado, "fictum" es homónimo de mentira. En este caso concreto no se nos miente. Simplemente se nos da una ficción, un modelado verbal de Adriano. La autora lo ha creado con la misma libertad que el escultor cincelaría su estatua o el pintor pintaría su retrato
Hasta el propio personaje fingido nos dice que, para evaluar al hombre, disponemos de tres medios, la observación de uno mismo y de los otros. El tercero, los libros, sobre un supuesto: son mentirosos “incluso los más sinceros”. Pero no todos los libros son igual de válidos. Los de los poetas, poco útiles porque lo subliman. Los de los filósofos, depuradores al máximo de la realidad, por eliminar algo inherente al humano, lo subjetivo. Los de los historiadores, por fabricar imágenes fijas de él con poco contexto, valen poco. La novela, además de mostrarnos lo que es apariencia en una persona, lleva al submundo de sus afectos y sus emociones, facilitando así que cada lector se haga una idea de cómo fue el personaje real. Interesantes argumentos
Comentario de Juan Manuel León
ResponderEliminarEste libro, “La traducción del mundo” está concebido para explicarle al lector que la ficción, aparte de entretener, tiene otros valores. Principia Juan Gabriel Vásquez reafirmando ambas libertades, la del que escribe y la del que lee. El uno, que exprese lo que le pase por la cabeza. El otro, que, arguya con el libro desde su punto de vista. Es el contrato. Pero Vásquez apunta más. Destaco como ejemplo lo que quiere que veamos en las “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar.
Dice que a la autora, deseando mostrarnos quien fue Adriano, no le venía bien biografiarlo. Sabía ella que una simple recopilación de hechos no iluminaría los entresijos de su alma. Como lo que desea es darnos a conocer un ser de carne y hueso, recurre a la ficción de resucitarlo. De qué manera, suplantándolo y que él cuente de su vida lo que quiera. El lector es consciente de la impostura, pero le sigue el juego a Marguerite. Al final se habrá hecho una idea menos encorsetada y más coherente de la de un biógrafo o un historiador. A fin de cuentas, ni en presencia nos es dado conocernos unos a otros al cien por cien. A lo más que llegamos es a hacernos una idea. Marguerite hizo la suya y nos la dio honradamente.
Ficticio es un adjetivo derivado de "fingo", verbo latino versátil donde los haya. En esencia, quiere decir dar forma, modelar, pero también imaginar y fingir. De hecho, su participio de pasado, "fictum" es homónimo de mentira. En este caso concreto no se nos miente. Simplemente se nos da una ficción, un modelado verbal de Adriano. La autora lo ha creado con la misma libertad que el escultor cincelaría su estatua o el pintor pintaría su retrato
Hasta el propio personaje fingido nos dice que, para evaluar al hombre, disponemos de tres medios, la observación de uno mismo y de los otros. El tercero, los libros, sobre un supuesto: son mentirosos “incluso los más sinceros”. Pero no todos los libros son igual de válidos. Los de los poetas, poco útiles porque lo subliman. Los de los filósofos, depuradores al máximo de la realidad, por eliminar algo inherente al humano, lo subjetivo. Los de los historiadores, por fabricar imágenes fijas de él con poco contexto, valen poco. La novela, además de mostrarnos lo que es apariencia en una persona, lleva al submundo de sus afectos y sus emociones, facilitando así que cada lector se haga una idea de cómo fue el personaje real. Interesantes argumentos
J. Manuel León