martes, 19 de noviembre de 2024

AUTORRETRATO SIN MÍ de Fernando Aramburu

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3 comentarios:

  1. Hay una palabra en castellano, egotismo. La RAE le da dos significados: deseo persistente de hablar de sí mismo y sentimiento exagerado de la propia personalidad. Aramburo en este texto habla demasiado de sí mismo y dice poco: salpica sobre el papel. sin énfasis y al buen tuntún, unas cuantas anécdotas de su vida, todas contadas como de paso.

    Tal y como las memoriza no valdrían para libro. ¿Qué hace entonces? Las manipula con pretensión de sublimarlas; quiero decir que intenta alzarlas a la categoría de poéticas ¿Lo consigue? A mi me parece que alguna vez sí y muchas no. Eso sí, buen artesano del lenguaje, imprime a su texto un ritmo que obliga al lector a leer alguno de sus párrafos dos veces; la segunda, en voz alta para paladear palabras bien casadas. Pero esencia poética y trascendencia, no, a menos que se confunda lo lírico con la hondura de la murria y la nostalgia.

    Nos dice él mismo que está tocado de este mal. Al comienzo del libro, al referirse a la poesía, deja caer esta frase: “la he combatido, o en todo caso, paliado con el humor”. ¿Qué se puede pensar del verbo paliar? Aunque la poesía no sea sinónimo de tristeza, queda en lo que dice un deje que apunta a que para Aramburo hay cierto parecido entre poesía y melancolía.

    Dice la sabiduría popular: “ríe y reirá el mundo contigo. Llora, y te quedarás solo”. Pues eso: cansado de tristuras ajenas, he tenido que dejar solo este libro muchas veces. Lo poco agrada y lo mucho, enfada

    Me disgustan los autorretratos, incluidos los de grandes pintores de la historia. Siempre me llamó la atención no encontrar en los de Goya, Rembrant, Velazquesz. la mirada penetrante, intensa, que se les supone. O no quisieron o no supieron reflejarla. Dicen que lo más difícil de este mundo es conocerse a uno mismo. Esos pintores, capaces de ver su auténtico rostro en el modelo y plasmarlo en el lienzo certeramente y con viveza, quizás por no haber llegado al completo conocimiento de si mismos, nos trasmitieron su rostro amortiguado. A Uramburo, que con palabras pretende retratarse, debe haberle pasado parecido.
    Finalmente, creo que en estas confesiones, el autor de “Patria”, tan intenso en ese libro, se deslíe en este como terrón de azúcar en el café con leche.

    J. Manuel León.
    13-XI-2024

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  2. Este libro de Aramburo suscita el comentario inmediato sobre dos aspectos bien distintos y a la vez tan complementarios que acaban confluyendo: La forma y el fondo, la esencia y la presencia.

    Digamos por delante que veo en este libro un poemario de sesenta poemas. Con el tiempo hemos ido viendo romperse las costuras de los estilos literarios: prosa, ensayo, poesía... Y a la poesía, desprenderse del corsé de la métrica. Es poesía lo de Aramburu porque cincela la frase y depura el lenguaje, como los poetas; porque utiliza los recursos estilísticos del poema; porque, como los poetas, los escribe en distintos momentos de inspiración, y salen, como siempre, unos mejores que otros. Pero, sobre todo, porque como los poetas, escribe desde su atalaya personal sobre la vida, sobre la muerte, sobre el amor. Y, como los poetas (“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla/ y un huerto claro donde madura el limonero”), hace de la añoranza poesía.
    Lo novedoso aquí es que Aramburo renuncia a todo atisbo de verso (aunque, involuntariamente, a veces se le escapa alguno: “Contraje la poesía a edad temprana”; “Está en el aire, ofrecida, abierta, la belleza”…) Aramburu decide utilizar la prosa, la claridad de la prosa, la crudeza de la prosa directa. Pero esa original decisión crea dos problemas. El primero, el narrativo, que él lo resuelve muy bien ya desde el título: Deja que sea el yo del espejo el que hable, e incluso se interpelan ambos a veces (“serás yo, mal que te pese”).

    Pero eso origina otro problema en el que el lector se ve concernido. Porque decide renunciar también a la metáfora críptica, al enigma, con los que a menudo el poeta toma distancia. Así, nos hace dudar de si pudiera ser lícito hacernos a nosotros partícipes tan directos, que da rubor, de los crudos recuerdos. Aunque enseguida nos damos cuenta de que es el autor el que establece sus propios límites; es lo que debe ser. Sobre todo si tomamos como bueno el aserto del editor que lo introduce: “Habla de todos nosotros…es la biografía de todos nosotros”. Que es, como sabemos, la obligación de toda literatura. Y de lo que no cabe duda es de que “Autorretrato sin mí”, es un bello libro, honesto, cargado de pasajes sugerentes.

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  3. AUTORRETRATO SIN MÍ: POEMA NARRATIVO

    Rafaela Lillo

    Aunque pueda parecer contradictorio, ya que soy lectora entusiasta de poesía, no me atrae la prosa poética. Quizá sea por esa ambigüedad que supone prosificar la poesía o poetizar la prosa. Viene a ser un tipo de escritura anfibia que transita la frontera entre dos géneros bien establecidos, y situados en polos opuestos desde el punto de vista formal, aunque no tanto desde el conceptual. A pesar de todo lo anterior, he de decir que “Autorretrato sin mí”, de Fernando Aramburu, es un libro bonito y agradable de leer. Y lo calificó como bonito porque le falta, en mi opinión, la perfección, la armonía y la belleza que suele tener la poesía, así como la autenticidad y la estructura de la prosa narrativa. Es, por supuesto, una obra agradable de leer, más que por los temas, en sí, por la forma poética de expresarlos.

    Sin hacer una disección exhaustiva, que no viene al caso, sÍ quiero establecer ciertas diferencias entre los textos que conforman el libro. En mi opinión hay algunos que son narrativos, que relatan, siempre desde una perspectiva intimista y personal, algún hecho, como ocurre, por ejemplo, en “La bofetada de 1971”, en “Lección involuntaria” o en “Línea de destino”. Hay otros, en menor cuantía, que tienen cierto carácter metaliterario, entre ellos están: “La lengua Castellana”, “Libros”, “Argumento”, “La palabra”. Otro grupo, muy poético formalmente es el que yo denomino el de los “Poemas metáfora”. En ellos no hay narración ni historia; son puro símbolo. En este grupo encontramos: “La medusa” (símbolo de la tristeza). “Pájaros” (metáfora de la alegría). “El hueco” (representa la desgana, la depresión que a veces nos invade). “La silla” (vinculado con la soledad)
    Pero una gran mayoría de los capítulos se pueden identificar como poemas en prosa, y podrían ser trasformados, sino su totalidad, sí muchos de sus fragmentos, en auténticos poemas, solo variando su presentación gráfica.
    Sirva de ejemplo el capítulo “Hombre humano”

    Pienso, Isabel, en las buenas gentes
    que me dieron una nube,
    y en las que me dijeron
    ven por ahí, y fui y llegué.
    Pero si acercas, hija,
    el oído a mi pecho,
    oirás latir aquella piedra
    que ahora es una esponja.
    Mas con la maravilla de tus ojos serenos,
    con la limpieza de tu sonrisa,
    aprendí poco a poco a humanizarme.
    (…)
    Y, sí, he visto también lo humano del hombre,
    lo humano que siempre estuvo allí,
    retorcido de dolor y de deseos;
    pero yo no lo veía.
    Ser humano es mi vocación,
    mi tozudez y mi condena;
    te lo debo a ti, Isabel,
    a tu lado, sin que te dieras cuenta,
    aprendí la compasión.

    Creo que este libro, intimista, tierno, reflexivo, nostálgico y melancólico comprende un conjunto de poemas en prosa que hay que leer a sorbos y paladearlos despacio. No se pueden leer de corrido, no funciona; pero indudablemente es un libro recomendable, triste y melancólico, es cierto, pero también luminoso, transitable y reconocible.

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