En esta obra menor, Stephan Zweii revive a un personaje estrafalario que dedica cada instante de su vida a los libros y da cuenta de tantos, que se díce que llegó a convertirse en un auténtico catálogo viviente. Este es el tema: la vida de un hombre vendedor-comprador de libros usados que se reduce a instalarse de madrugada en un café y allí, hasta la noche, sirve a sus clientes. Como conoce muy bien el objeto de su negocio, sorprende por su memoria prodigiosa y se interesa tanto por quien le demanda información, su nombradía desborda el perímetro de Viena y se extiende por toda la geografía lectora de la Europa central y occidental. Esto, unido a las anécdotas que cuenta Zweig muy bien, y a los comentarios que oportunamente inserta, esta corta biografía se convierte en algo muy agradable de leer. Mi conclusión es que el Mendel viviente, con todo merecimiento, se gana la admiración, el respeto y ¿por qué no decirlo? El cariño de los que lo conocen.
En el Madrid de mi época, en la calle Libreros, que arranca de la Granvia hacia el noreste, la más famosa entre las famosas de las la librerías de esa calle, y de las de todo Madrid, era “la Felipa”; la preferida de los universitarios porque pagaba mejor que ninguna otra por los libros usados y los vendia más baratos, no solo los usados, también los nuevos. Se trataba la Felipa de una mujer madura en aspecto pero sin edad aparente, y con ella vivía y vendia un sobrino, también sin edad. De ambos, su educación, la que podía adquirirse en un pueblo recóndito de Cuenca. Su vida, limitaba a madrugar, desenvolverse con soltura en un local abarrotado; a comer lo que fuera y a dormir probablemente bien, pues que, tanto mañana y tarde, se les veía vivaces y diligentes al límite. Los dos tenían una memoria prodigiosa y, como Mendel, eran un catálogo viviente. Pedias un libro y, como por resorte, saltaban en su memoria los datos completos de autor, editorial y precio. Y, si entraba uno de los dos en la enorme caverna que era la trastienda, y el otro, desde el mostrador, le daba un grito pidiéndo un título, al instante estaban en el mostrador los dos, el solicitado a voces y el que primero se había ido a buscar. Este derroche de agilidad mental y física, hoy se tendría por milagro. En aquel tiempo, simplemente era así. Un fruto, más de la necesidad.
En esta obra menor, Stephan Zweii revive a un personaje estrafalario que dedica cada instante de su vida a los libros y da cuenta de tantos, que se díce que llegó a convertirse en un auténtico catálogo viviente. Este es el tema: la vida de un hombre vendedor-comprador de libros usados que se reduce a instalarse de madrugada en un café y allí, hasta la noche, sirve a sus clientes. Como conoce muy bien el objeto de su negocio, sorprende por su memoria prodigiosa y se interesa tanto por quien le demanda información, su nombradía desborda el perímetro de Viena y se extiende por toda la geografía lectora de la Europa central y occidental.
ResponderEliminarEsto, unido a las anécdotas que cuenta Zweig muy bien, y a los comentarios que oportunamente inserta, esta corta biografía se convierte en algo muy agradable de leer. Mi conclusión es que el Mendel viviente, con todo merecimiento, se gana la admiración, el respeto y ¿por qué no decirlo? El cariño de los que lo conocen.
En el Madrid de mi época, en la calle Libreros, que arranca de la Granvia hacia el noreste, la más famosa entre las famosas de las la librerías de esa calle, y de las de todo Madrid, era “la Felipa”; la preferida de los universitarios porque pagaba mejor que ninguna otra por los libros usados y los vendia más baratos, no solo los usados, también los nuevos.
Se trataba la Felipa de una mujer madura en aspecto pero sin edad aparente, y con ella vivía y vendia un sobrino, también sin edad.
De ambos, su educación, la que podía adquirirse en un pueblo recóndito de Cuenca. Su vida, limitaba a madrugar, desenvolverse con soltura en un local abarrotado; a comer lo que fuera y a dormir probablemente bien, pues que, tanto mañana y tarde, se les veía vivaces y diligentes al límite.
Los dos tenían una memoria prodigiosa y, como Mendel, eran un catálogo viviente. Pedias un libro y, como por resorte, saltaban en su memoria los datos completos de autor, editorial y precio. Y, si entraba uno de los dos en la enorme caverna que era la trastienda, y el otro, desde el mostrador, le daba un grito pidiéndo un título, al instante estaban en el mostrador los dos, el solicitado a voces y el que primero se había ido a buscar.
Este derroche de agilidad mental y física, hoy se tendría por milagro. En aquel tiempo, simplemente era así. Un fruto, más de la necesidad.