¿Cómo es posible que un ensayo, que habría de satisfacer a una exquisita minoría de bibliófilos, acabe siendo un gran éxito de ventas con más de 40 ediciones en un solo año, sin ninguna campaña de mercadotecnia? Mi respuesta es porque lo vale. Lo vale por el qué y lo vale por el cómo. Lo vale por su contenido: Un riguroso y bien documentado trabajo sobre la historia del libro como objeto que satisface ampliamente la curiosidad. Pero también una historia de la lectura. Y un retrato social del mundo clásico. Y una sistemática reivindicación de la mujer, siempre marginada y a menudo olvidada, sin renunciar por ello a la rigurosidad objetiva.
Pero la explicación de su éxito está en su forma, en su cómo se hizo. Irene Vallejo tenía ante sí el fruto de muchos años de trabajo, de muchas lecturas y de una montaña de datos. Podía haber armado con todo eso un tratado cuasi definitivo del tema. Pero optó por una ingeniosa solución de procedimiento que, seguramente, le dio satisfacción a ella como escritora y a todos nosotros como lectores. No hizo falta pregonarlo, se corrió la voz, que es el mejor medio del éxito duradero.
Irene Vallejo se vale para eso de dos elementos complementarios: la estructura y el estilo. Sistematizó el contenido en solo dos apartados cronológicos: Grecia (y sus antecedentes) y Roma. Y en cada uno de ellos pequeñas partes sin numerar con título de conceptos, entre lo descriptivo y lo poético. Y todo ello subdividido en ideas numeradas; pasos cortitos que facilitan una lectura fluida y sistemática.
Pero es el estilo lo que mejor define este libro. Vallejo utiliza sus dotes de narradora para construir una historia que contarle a cada uno de sus lectores. Para ello recurre a una técnica muy eficaz: la proximidad. Utiliza la primera y la segunda persona, el yo y el tú, para dialogar de manera continua con lector. Ella, Irene, se expone en primer plano contando sus experiencias personales. No tiene ningún ánimo autobiográfico, solo lo justo para que la sintamos próxima. A nosotros nos da voz recurriendo a las referencias contemporáneas en las que reconocernos: títulos, películas, objetos. Nunca perdemos el contacto durante el trayecto, ya se encarga ella de eso.
Tiene el libro otras virtudes completarías: Es ameno sin dejar de ser riguroso (delimita bien lo conocido, de lo imaginado y de lo supuesto, muy de agradecer). Tiene un sugerente título (con subtítulo oportunamente descriptivo), una bonita y original portada y la cuidada edición de Siruela. La suma de todo eso explica un éxito más que justificado.
No es sorprendente pues que “El infinito en un junco” obtuviese enseguida el reconocimiento académico con el Premio Nacional de Ensayo. Ni nos extraña que, paralelamente, obtuviese el premio de El Ojo Crítico en el Apartado de Narrativa. Con “El infinito en un junco”, un ensayo contado, Irene Vallejo ha conseguido la cuadratura del círculo.
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ResponderEliminarEl infinito en un junco, de Irene Vallejo.
ResponderEliminar¿Cómo es posible que un ensayo, que habría de satisfacer a una exquisita minoría de bibliófilos, acabe siendo un gran éxito de ventas con más de 40 ediciones en un solo año, sin ninguna campaña de mercadotecnia? Mi respuesta es porque lo vale. Lo vale por el qué y lo vale por el cómo.
Lo vale por su contenido: Un riguroso y bien documentado trabajo sobre la historia del libro como objeto que satisface ampliamente la curiosidad. Pero también una historia de la lectura. Y un retrato social del mundo clásico. Y una sistemática reivindicación de la mujer, siempre marginada y a menudo olvidada, sin renunciar por ello a la rigurosidad objetiva.
Pero la explicación de su éxito está en su forma, en su cómo se hizo. Irene Vallejo tenía ante sí el fruto de muchos años de trabajo, de muchas lecturas y de una montaña de datos. Podía haber armado con todo eso un tratado cuasi definitivo del tema. Pero optó por una ingeniosa solución de procedimiento que, seguramente, le dio satisfacción a ella como escritora y a todos nosotros como lectores. No hizo falta pregonarlo, se corrió la voz, que es el mejor medio del éxito duradero.
Irene Vallejo se vale para eso de dos elementos complementarios: la estructura y el estilo. Sistematizó el contenido en solo dos apartados cronológicos: Grecia (y sus antecedentes) y Roma. Y en cada uno de ellos pequeñas partes sin numerar con título de conceptos, entre lo descriptivo y lo poético. Y todo ello subdividido en ideas numeradas; pasos cortitos que facilitan una lectura fluida y sistemática.
Pero es el estilo lo que mejor define este libro. Vallejo utiliza sus dotes de narradora para construir una historia que contarle a cada uno de sus lectores. Para ello recurre a una técnica muy eficaz: la proximidad. Utiliza la primera y la segunda persona, el yo y el tú, para dialogar de manera continua con lector. Ella, Irene, se expone en primer plano contando sus experiencias personales. No tiene ningún ánimo autobiográfico, solo lo justo para que la sintamos próxima. A nosotros nos da voz recurriendo a las referencias contemporáneas en las que reconocernos: títulos, películas, objetos. Nunca perdemos el contacto durante el trayecto, ya se encarga ella de eso.
Tiene el libro otras virtudes completarías: Es ameno sin dejar de ser riguroso (delimita bien lo conocido, de lo imaginado y de lo supuesto, muy de agradecer). Tiene un sugerente título (con subtítulo oportunamente descriptivo), una bonita y original portada y la cuidada edición de Siruela. La suma de todo eso explica un éxito más que justificado.
No es sorprendente pues que “El infinito en un junco” obtuviese enseguida el reconocimiento académico con el Premio Nacional de Ensayo. Ni nos extraña que, paralelamente, obtuviese el premio de El Ojo Crítico en el Apartado de Narrativa. Con “El infinito en un junco”, un ensayo contado, Irene Vallejo ha conseguido la cuadratura del círculo.
Ramón Madrigal. Enero 2022