Libro de título original que me hizo llegar expectante a su lectura. Libro de dudosa catalogación como género literario, cuyo planteamiento y contenido siguió pareciéndome eso, original. No sin encanto y amenidad aun en temas tan cotidianos como los que describe: Los productos sólidos o líquidos que nos alimentan. Pero no es sólo eso. En “El pan que como”, junto al repaso de comidas, costumbres y recuerdos, tiene la autora gracia y cultura para ir interpolando, oportunamente, pasajes de textos bíblicos, científicos –importante actualizarnos al naturalista Linneo-, y literarios como los deliciosos fragmentos de nuestro Gonzalo de Berceo y de El Cantar de Mío Cid, ambos en su lengua romance medieval, saliendo aún de sus balbuceos. Me ha estremecido el poema de Dulce Chacón –integrado en el “apartado” del Agua- que alguien colgó en una valla como ofrenda a las Víctimas del 11 M. Muy bien traído a las páginas de estas monografías temáticas e incursiones culturales.
Si exceptúo la prisa que me di en leer y procurar olvidar lo referente al sacrificio de los animales, pasé por todas las otras páginas muy complacida, incluso reviviendo ciertas costumbres que aún alcanzan mi vida pasada.
Paloma Díaz- Mas, con acertado estilo narrativo, yo diría casi confidencial, nos deja la impresión, al cerrar el libro, de estar a nuestro lado.
Y, ahora, algo que creo debo decir. En ese “vaivén” que es el paso de niñez a adolescencia, yo leí mi primera novela de “mayores”. No la olvido. Se trata de “La esfinge maragata”, de Concha Espina. Novela que muy al principio de “El pan que como” viene citada por su autora muy explícitamente. Grata e inesperada sorpresa para mí. Y ahora que, con mucha razón, se habla de escritoras silenciadas (recordemos a “las sin sombrero del 27”), me parece una feliz ocasión, ésta, para evocar a la escritora cántabra (por ella pasé –era el momento- de mis fantásticos cuentos infantiles a otros más crueles a veces, pero más verdad).
Concha Espina escribió una novela sobre el problema social de las minas de Ríotinto por la que estuvieron a punto de concederle el Premio Nobel. No fue así (su nombre competía con el de Thomas Mann), pero fue escritora muy leída y traducida a otros idiomas en los primeros años del s. XX. Gracias, Paloma Díaz-Mas, por sacarla del silencio en tu libro y darme, así, la ocasión de dejar aquí mi pequeño homenaje a su recuerdo.
Quiero comenzar manifestando que El pan que como me ha gustado mucho, tanto que lo leí en pocos días y con la particularidad de que apenas dejaba la lectura, deseaba disponer de tiempo para reanudarla. Así, pues, quiero agradecer a Luis que nos lo haya propuesto, y destacar el magnífico trabajo de recopilación de palabras curiosas y poco habituales que ha rastreado en él y también agradecerle el artículo Literatura y Lenguaje en el que hace referencia a la particularidad del lenguaje en las novelas leídas últimamente y animándonos a no pasar por alto las palabras desconocidas cuando nos tropecemos con ellas en las lecturas sino a fijarnos, destacarlas y trabajarlas.
El pan que como no es una novela, como muy bien explica Luis en la presentación, tampoco tiene las características de un ensayo, ni las de un libro de gastronomía, aunque el hecho de comer sea la base temática. Es un producto literario de difícil encuadre genérico, un libro polifacético, un trabajo muy particular y único. La autora, con una destreza, en mi opinión, magistral, va relacionando el simple y común hecho de comer con la Antropología, la Lingüística, la Literatura, la Historia, la Etnografía, la Religión, las Ciencias Naturales, la Agricultura, la tradición oral y los recuerdos.
He sentido interés por este libro desde el primer capítulo, y su lectura ha tenido la magia de trasladarme a los años de mi niñez, a muchos momentos entrañables y ya casi olvidados de la España de la posguerra. He reflexionado, de la mano de Paloma Díaz-Más, sobre todo aquello que es necesario para que yo coma cada día: !cuánto esfuerzo y cuánto sacrificio hasta que la comida llega a mi mesa! ¡Cuántas tiendas relacionadas con este hecho he visto abrir y cerrar a lo largo de mi vida!, y ¡cuántos oficios ya desaparecidos! He recordado aquella carbonería, tan negra, a la que mi madre me mandaba a comprar picón para encender el brasero, y carbón para la cocina económica, que así se llamaban las cocinas que lo requerían. Y he revivido la imagen del carbonero, un hombre simpático y tranquilo pero que a mí me causaba cierto respeto por sus manos negras y su cara tiznada, y me ha venido a la memoria la figura menuda de la señora Carmen, dueña de la pequeña y atiborrada tiendecilla en la que se podía comprar de todo: el pan, el vino, la gaseosa y la quina “Santa Catalina” que mis padres me daban como reconstituyente. Y El pan que como también me ha hecho recordar las inefables clases de Hogar impartidas por la Sección Femenina, y los días de campamento a los que me obligó el Servicio Social.
Me ha entretenido la variedad y riqueza lingüística existente para nombrar un guiso como el cocido, ese plato completo y nutritivo cuya preparación consiste en hervir durante un tiempo carnes y verduras, y que ofrece diferencias según el lugar donde se guise: cocido madrileño, maragato, montañés, la escudella, la olla podrida, la ollada del Rosellón...
Me ha gustado especialmente recrearme en la numerosa cantidad de ejemplos literarios y autores que la autora trae a colación: El Quijote, (varios episodios acerca del caballero de la triste figura y de sus gustos culinarios, ya que todos los días comía”una olla de algo más vaca que carnero”), La esfinge maragata de Concha Espina, (donde se habla de la olla del cocido “asurada”, es decir cuando se queda sin caldo), El Cantar de Mío Cid, (un vaso le sirve a la autora para recordar la escena en la que Félez Muñoz utiliza su sombrero para transportar agua y poder saciar la sed de una de las infantas azotadas en el robledal de Corpes), El lazarillo de Tormes de autor anónimo (en el capítulo titulado “Manteles” se hace un estudio muy interesante del concepto de hidalguía y especialmente de la hambrienta figura del hidalgo), también nombra la autora Los Ensayos de Montaigne, Los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo, El libro de la selva de Rudyard Kipling, La casa de Bernarda Alba de García Lorca, El libro de buen amor del Arcipreste de Hita, el enternecedor poema La carbonerilla quemada de Juan Ramón Giménez y en varios capítulos nos encontramos con hechos pertenecientes a la Biblia.
Y me han parecido interesantes, ilustrativos y enriquecedores todos los aspectos etnográficos e históricos que la autora desarrolla a partir de elementos indispensables o muy apreciados en este proceso: el fuego, el pan, la carne, las verduras, el vino y, sobre todo, el agua. No olvida el problema que supone la falta de agua en los países pobres. Y respecto a esto quiero traer a colación unas palabras que le decía a Irene Vallejo su madre, cuando la escritora era pequeña, y que ella ha comentado en una entrevista realizada por Juan Cruz, y publicada en el diario El País: “Nunca te olvides de agradecer que salga agua del grifo, no te acostumbres a que salga porque sí. Hay muchas mujeres que caminan kilómetros con su cántaro vacío para traer el agua a la casa”.
En resumen, El pan que como es un libro nostálgico y delicioso, muy trabajado y documentado, que ha constituido para mí una sorpresa, una agradable sorpresa, una fuente donde beber y un alimento para la mente y para el alma. Un interesante tratado sobre la vida a partir de algo tan esencial para vivir como es la comida. Un libro bello que no solo me ha entretenido e ilustrado, sino que me ha hecho reflexionar sobre muchos aspectos en los que jamás suelo pensar cuando me siento ante mi plato de comida.
Y para finalizar, no puedo dejar de reseñar el acierto y buen gusto de la editorial Anagrama para elegir la portada: un bodegón de Paul Cézanne expuesto en el Museo de Orsay, en París.
Después de la ilustrada presentación de Luis y de los ricos comentarios que me preceden con los que estoy plenamente de acuerdo, solo se me ocurre una observación respecto al estilo de este libro, aunque ya esté descrito por ellos con mejores palabras.
Se ha dicho que es este un libro de inclasificable género. Y ciertamente es novedoso su estilo y es novedosa su estructura. Mientras lo leía me vino a la mente otro reciente título con el que lo relacioné. Y no será casualidad que cuando lo comenté con un compañero me dijese que le había pasado lo mismo (o quizá fue al revés): Un leitmotiv, en este caso los alimentos, mucha erudición histórica y literaria, aspectos autobiográficos y tono de complicidad con el lector… “El infinito en un junco”, de Irene Vallejo, claro. Aunque aquel sea más ambicioso en su contenido y quede finalmente como tratado de consulta por la riqueza de sus aportaciones.
La literatura evoluciona y bienvenida sea esta nueva forma ecléctica de redactar los ensayos. Siempre, naturalmente, que sus autores tengan una impecable prosa, como ocurre aquí, y tengan cosas interesantes que contarnos para solaz o para enriquecer nuestro acervo.
ITADAKIMASU. Me gusta como empieza el libro. Esta palabra japonesa se emplea para dar las gracias a todos los que han hecho posible que uno pueda comer ahora este alimento. También lo uso para darle las gracias a la autora del libro por el placer que me ha procurado leerlo. Es un acierto que la escritora relacione el pan y la cocina con la literatura (Berceo y El Quijote….) y con la ciencia (Linneo, Levi-Strauss…). De los varios capítulos de que consta, destacaría el del AGUA, transportada por las mujeres en África desde la fuente a sus domicilios. A veces se derrama o se rompe el precario recipiente, y “tanto va el cántaro a la fuente que acaba rompiéndose”, imagen de tantas mujeres que rompieron su intimidad violadas en el trayecto. El PAN. El pan sagrado de los dioses que se besaba cuando caía al suelo o se le daba al mendigo. El pan blanco del poderoso o el pan de centeno de la cartilla de racionamiento También había que “ganarse el pan”. El libro se despide finalmente dando “comida (pan) como forma de comunicar amor. Ofrece un plato como quien se ofrece a sí mismo”. En el romancero tradicional, una mujer enamorada y cuyo esposo regresa del trabajo (de ganarse el pan) o de la guerra… recibe a su amado y lo agasaja espléndidamente y al final le ofrece lo mejor: su propio cuerpo, pero siempre una comida espléndida que preludia una larga noche de amor” Ver el romance final : “yo le diera comer pescadito…” Y siempre la sensibilidad oriental: ITADAKIMASU.
Primero felicitar a Luis por su presentación: concisa y aclaratoria, como han de ser. Le agradezco que haya aconsejado este libro porque he disfrutado mucho leyéndolo. También felicito a Rafaela por su estupendo comentario. Alude a Irene Vallejo y también, con más rotundidad y relación, lo hace Ramón. A mí me ha pasado igual, mientras leía esta novela-ensayo que es “El pan que como” no dejaba de pensar en la magnífica obra de Irene: Una muestra de erudición que sabe conducir con mano amena por tan largos derroteros. En aquél caso por los laberínticos de los libros y en este por el más sencillo, pero no menos peliagudo por cómo lo trata, de la comida. Con razón la autora está propuesta para ocupar un sillón de la RAE. No sé si habréis echado en falta algo que a mí me ha chocado y es que, dado el tiempo en que sitúa esta narración-ensayo, cuando alude a los períodos de abstinencia durante la Cuaresma no mencione algo que en la España de la época era tan usual: la bula, que te permitía comer carne, previo pago, durante ese tiempo.
En cuanto a la estupenda aportación sobre el lenguaje, me gustaría añadir una frase de Clara Obligado en su libro “Salsa” y que repite en el que acaba de publicar: “Una casa lejos de casa” y que, en realidad, es una reminiscencia de otra ya acuñada por Oscar Wilde en “El fantasma de Canterbury”. La primera se refiere a la comunicación entre los latinoamericanos y los españoles y el segundo a la relación entre un inglés y un americano. Los dos vienen a decir: “Todo nos une, todo menos el idioma”.
El día 19 de abril estuve presente en la Tertulia para asistir a la excelente presentación de Luis. En mi opinión el libro aporta la erudición del ensayo y a la vez el impacto emocional del estilo narrativo novelado basado en la realidad. El libro es una concienciación del significado de la alimentación humana: su historia, evolución, el esfuerzo cooperativo y solidario entre individuos de una misma generación y para futuras generaciones. Sin todo lo cual la supervivencia de nuestra especie habría sido imposible. Es el recordatorio de nuestro lugar en la Naturaleza,de nuestra dependencia y del manejo que hagamos de ella. Como la autora indica, para que el alimento llegue a nuestra boca hace falta el trabajo de muchas personas:agricultores, pescadores, carpinteros,,criadores de ganado, alfareros,cocineros,transportistas, y un largo etcétera de trabajadores a menudo mal pagados. Ha sido necesario el trabajo e ingenio de mujeres para alimentar y cuidar a su prole, durante generaciones. Trabajo a menudo no reconocido e incluso despreciado. Nos alimentamos de seres vivos animales y vegetales. Somos depredadores, por suerte para nosotros, en el último eslabón de la cadena. Los depredadores, han de atenerse a una condición: su número ha de ser menor que el de sus presas porque de lo contrario acabarían con ellas, se quedarían sin comida y unos y otros se extinguirían. Con nuestro manejo, los humanos hemos trascendido esta regla: criamos animales y vegetales modificando su naturaleza en cantidades industriales con el fin de que sus vidas sirvan para alimentar las nuestras. Aparte de la crueldad, inconsciente o no, que supone contra los seres vivos, esto tiene un precio: desequilibrios ecológicos,exterminio de recursos, invasión de espacios,provocación de plagas y aparición de virus, etcétera. La descripción, ( y concienciación) de ciclo del agua y la aventura para su utilización me parece excelente. Compartir el agua: acción de paz. Me recuerda que muchas fronteras entre países están definidas por ríos. Cada país bebe de de su orilla, ambos tienen agua. El agua del río mantiene la paz. Un ameno tratado de la alimentación que recuerda detalles a menudo olvidados, sobretodo en los países de la abundancia.
El pan que como He disfrutado con este libro. Me parece digno de ser leído al menos una vez más para mejor gozar de la estética de su lenguaje sencillo, limpio y ameno. Tiene razón Luis cuando afirma que una única pasada por este texto no es suficiente para recrearse en él. Yo, sin prisa y sin orden, pasaré de nuevo por cada uno de sus apartados, poniendo más atención en cómo su autora cuenta las cosas y fijándome en su destreza en elegir las palabras y colocarlas en el orden sintáctico más adecuado.
Cualquiera de nosotros podríamos rubricar lo escrito por la autora porque, sin excepción, tenemos las mismas experiencias. Lo que hace ella es recopilarlas y extenderse en apuntes históricos y culturales muy bien traídos, y expresarlos con gracia. A mí también me ha recordado al “El infinito en un junco” de Irene Vallejo”.
Destaco la gratitud que manifiesta Paloma Díaz-Mas a los que han conseguido que la vida sea más fácil, la animal y la del alma. Y que, para hacerlo, utilice tan bello lenguaje. En un país de olvidadizos como es España, de ingratos, dice Galdós en “Misericordia”, se hace muy necesario que se alcen muchas voces de reconocimiento al mérito.
En el momento actual, ¿Cuántos elogios reciben las personas que han creado las vacunas, la tabla de salvación que nos librarán del coronavirus? Los medios de comunicación manosean la palabra pandemia hasta el hartazgo, pero se pasan los días y no nos hablan de esas personas que, con su desvelo, en tan corto tiempo, han encontrado la herramienta para cerrar el paso a ese virus todopoderoso. Por el contrario, se les da fama inmerecida a personas de poco o ningún fuste y , solo por llevan una vida escandalosa, se les gratifica con grandes cantidades de dinero echadas a perder. Demasiado negligentes son las autoridades de TVE y de Radio Nacional en cuanto a información.
Muy bien por esta propuesta. Mi agradecimiento para el presentador y a los que han publicado en el blog esos comentarios inteligentes.
Comentario sobre “El pan que como”
ResponderEliminarLibro de título original que me hizo llegar expectante a su lectura. Libro de dudosa catalogación como género literario, cuyo planteamiento y contenido siguió pareciéndome eso, original. No sin encanto y amenidad aun en temas tan cotidianos como los que describe: Los productos sólidos o líquidos que nos alimentan. Pero no es sólo eso. En “El pan que como”, junto al repaso de comidas, costumbres y recuerdos, tiene la autora gracia y cultura para ir interpolando, oportunamente, pasajes de textos bíblicos, científicos –importante actualizarnos al naturalista Linneo-, y literarios como los deliciosos fragmentos de nuestro Gonzalo de Berceo y de El Cantar de Mío Cid, ambos en su lengua romance medieval, saliendo aún de sus balbuceos. Me ha estremecido el poema de Dulce Chacón –integrado en el “apartado” del Agua- que alguien colgó en una valla como ofrenda a las Víctimas del 11 M. Muy bien traído a las páginas de estas monografías temáticas e incursiones culturales.
Si exceptúo la prisa que me di en leer y procurar olvidar lo referente al sacrificio de los animales, pasé por todas las otras páginas muy complacida, incluso reviviendo ciertas costumbres que aún alcanzan mi vida pasada.
Paloma Díaz- Mas, con acertado estilo narrativo, yo diría casi confidencial, nos deja la impresión, al cerrar el libro, de estar a nuestro lado.
Y, ahora, algo que creo debo decir. En ese “vaivén” que es el paso de niñez a adolescencia, yo leí mi primera novela de “mayores”. No la olvido. Se trata de “La esfinge maragata”, de Concha Espina. Novela que muy al principio de “El pan que como” viene citada por su autora muy explícitamente. Grata e inesperada sorpresa para mí. Y ahora que, con mucha razón, se habla de escritoras silenciadas (recordemos a “las sin sombrero del 27”), me parece una feliz ocasión, ésta, para evocar a la escritora cántabra (por ella pasé –era el momento- de mis fantásticos cuentos infantiles a otros más crueles a veces, pero más verdad).
Concha Espina escribió una novela sobre el problema social de las minas de Ríotinto por la que estuvieron a punto de concederle el Premio Nobel. No fue así (su nombre competía con el de Thomas Mann), pero fue escritora muy leída y traducida a otros idiomas en los primeros años del s. XX.
Gracias, Paloma Díaz-Mas, por sacarla del silencio en tu libro y darme, así, la ocasión de dejar aquí mi pequeño homenaje a su recuerdo.
Este comentario es de Rafaela Lillo
ResponderEliminarEl pan que como
Quiero comenzar manifestando que El pan que como me ha gustado mucho, tanto que lo leí en pocos días y con la particularidad de que apenas dejaba la lectura, deseaba disponer de tiempo para reanudarla. Así, pues, quiero agradecer a Luis que nos lo haya propuesto, y destacar el magnífico trabajo de recopilación de palabras curiosas y poco habituales que ha rastreado en él y también agradecerle el artículo Literatura y Lenguaje en el que hace referencia a la particularidad del lenguaje en las novelas leídas últimamente y animándonos a no pasar por alto las palabras desconocidas cuando nos tropecemos con ellas en las lecturas sino a fijarnos, destacarlas y trabajarlas.
El pan que como no es una novela, como muy bien explica Luis en la presentación, tampoco tiene las características de un ensayo, ni las de un libro de gastronomía, aunque el hecho de comer sea la base temática. Es un producto literario de difícil encuadre genérico, un libro polifacético, un trabajo muy particular y único. La autora, con una destreza, en mi opinión, magistral, va relacionando el simple y común hecho de comer con la Antropología, la Lingüística, la Literatura, la Historia, la Etnografía, la Religión, las Ciencias Naturales, la Agricultura, la tradición oral y los recuerdos.
He sentido interés por este libro desde el primer capítulo, y su lectura ha tenido la magia de trasladarme a los años de mi niñez, a muchos momentos entrañables y ya casi olvidados de la España de la posguerra. He reflexionado, de la mano de Paloma Díaz-Más, sobre todo aquello que es necesario para que yo coma cada día: !cuánto esfuerzo y cuánto sacrificio hasta que la comida llega a mi mesa! ¡Cuántas tiendas relacionadas con este hecho he visto abrir y cerrar a lo largo de mi vida!, y ¡cuántos oficios ya desaparecidos! He recordado aquella carbonería, tan negra, a la que mi madre me mandaba a comprar picón para encender el brasero, y carbón para la cocina económica, que así se llamaban las cocinas que lo requerían. Y he revivido la imagen del carbonero, un hombre simpático y tranquilo pero que a mí me causaba cierto respeto por sus manos negras y su cara tiznada, y me ha venido a la memoria la figura menuda de la señora Carmen, dueña de la pequeña y atiborrada tiendecilla en la que se podía comprar de todo: el pan, el vino, la gaseosa y la quina “Santa Catalina” que mis padres me daban como reconstituyente. Y El pan que como también me ha hecho recordar las inefables clases de Hogar impartidas por la Sección Femenina, y los días de campamento a los que me obligó el Servicio Social.
Me ha entretenido la variedad y riqueza lingüística existente para nombrar un guiso como el cocido, ese plato completo y nutritivo cuya preparación consiste en hervir durante un tiempo carnes y verduras, y que ofrece diferencias según el lugar donde se guise: cocido madrileño, maragato, montañés, la escudella, la olla podrida, la ollada del Rosellón...
(Sigue)
(Sigue del comentario anterior de Rafaela Lillo)
ResponderEliminarMe ha gustado especialmente recrearme en la numerosa cantidad de ejemplos literarios y autores que la autora trae a colación: El Quijote, (varios episodios acerca del caballero de la triste figura y de sus gustos culinarios, ya que todos los días comía”una olla de algo más vaca que carnero”), La esfinge maragata de Concha Espina, (donde se habla de la olla del cocido “asurada”, es decir cuando se queda sin caldo), El Cantar de Mío Cid, (un vaso le sirve a la autora para recordar la escena en la que Félez Muñoz utiliza su sombrero para transportar agua y poder saciar la sed de una de las infantas azotadas en el robledal de Corpes), El lazarillo de Tormes de autor anónimo (en el capítulo titulado “Manteles” se hace un estudio muy interesante del concepto de hidalguía y especialmente de la hambrienta figura del hidalgo), también nombra la autora Los Ensayos de Montaigne, Los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo, El libro de la selva de Rudyard Kipling, La casa de Bernarda Alba de García Lorca, El libro de buen amor del Arcipreste de Hita, el enternecedor poema La carbonerilla quemada de Juan Ramón Giménez y en varios capítulos nos encontramos con hechos pertenecientes a la Biblia.
Y me han parecido interesantes, ilustrativos y enriquecedores todos los aspectos etnográficos e históricos que la autora desarrolla a partir de elementos indispensables o muy apreciados en este proceso: el fuego, el pan, la carne, las verduras, el vino y, sobre todo, el agua. No olvida el problema que supone la falta de agua en los países pobres. Y respecto a esto quiero traer a colación unas palabras que le decía a Irene Vallejo su madre, cuando la escritora era pequeña, y que ella ha comentado en una entrevista realizada por Juan Cruz, y publicada en el diario El País: “Nunca te olvides de agradecer que salga agua del grifo, no te acostumbres a que salga porque sí. Hay muchas mujeres que caminan kilómetros con su cántaro vacío para traer el agua a la casa”.
En resumen, El pan que como es un libro nostálgico y delicioso, muy trabajado y documentado, que ha constituido para mí una sorpresa, una agradable sorpresa, una fuente donde beber y un alimento para la mente y para el alma. Un interesante tratado sobre la vida a partir de algo tan esencial para vivir como es la comida. Un libro bello que no solo me ha entretenido e ilustrado, sino que me ha hecho reflexionar sobre muchos aspectos en los que jamás suelo pensar cuando me siento ante mi plato de comida.
Y para finalizar, no puedo dejar de reseñar el acierto y buen gusto de la editorial Anagrama para elegir la portada: un bodegón de Paul Cézanne expuesto en el Museo de Orsay, en París.
Sobre "El pan que como"
ResponderEliminarDespués de la ilustrada presentación de Luis y de los ricos comentarios que me preceden con los que estoy plenamente de acuerdo, solo se me ocurre una observación respecto al estilo de este libro, aunque ya esté descrito por ellos con mejores palabras.
Se ha dicho que es este un libro de inclasificable género. Y ciertamente es novedoso su estilo y es novedosa su estructura. Mientras lo leía me vino a la mente otro reciente título con el que lo relacioné. Y no será casualidad que cuando lo comenté con un compañero me dijese que le había pasado lo mismo (o quizá fue al revés): Un leitmotiv, en este caso los alimentos, mucha erudición histórica y literaria, aspectos autobiográficos y tono de complicidad con el lector… “El infinito en un junco”, de Irene Vallejo, claro. Aunque aquel sea más ambicioso en su contenido y quede finalmente como tratado de consulta por la riqueza de sus aportaciones.
La literatura evoluciona y bienvenida sea esta nueva forma ecléctica de redactar los ensayos. Siempre, naturalmente, que sus autores tengan una impecable prosa, como ocurre aquí, y tengan cosas interesantes que contarnos para solaz o para enriquecer nuestro acervo.
ITADAKIMASU. Me gusta como empieza el libro. Esta palabra japonesa se emplea para dar las gracias a todos los que han hecho posible que uno pueda comer ahora este alimento. También lo uso para darle las gracias a la autora del libro por el placer que me ha procurado leerlo.
ResponderEliminarEs un acierto que la escritora relacione el pan y la cocina con la literatura (Berceo y El Quijote….) y con la ciencia (Linneo, Levi-Strauss…).
De los varios capítulos de que consta, destacaría el del AGUA, transportada por las mujeres en África desde la fuente a sus domicilios. A veces se derrama o se rompe el precario recipiente, y “tanto va el cántaro a la fuente que acaba rompiéndose”, imagen de tantas mujeres que rompieron su intimidad violadas en el trayecto.
El PAN. El pan sagrado de los dioses que se besaba cuando caía al suelo o se le daba al mendigo. El pan blanco del poderoso o el pan de centeno de la cartilla de racionamiento También había que “ganarse el pan”.
El libro se despide finalmente dando “comida (pan) como forma de comunicar amor. Ofrece un plato como quien se ofrece a sí mismo”. En el romancero tradicional, una mujer enamorada y cuyo esposo regresa del trabajo (de ganarse el pan) o de la guerra… recibe a su amado y lo agasaja espléndidamente y al final le ofrece lo mejor: su propio cuerpo, pero siempre una comida espléndida que preludia una larga noche de amor”
Ver el romance final : “yo le diera comer pescadito…”
Y siempre la sensibilidad oriental: ITADAKIMASU.
Primero felicitar a Luis por su presentación: concisa y aclaratoria, como han de ser. Le agradezco que haya aconsejado este libro porque he disfrutado mucho leyéndolo. También felicito a Rafaela por su estupendo comentario. Alude a Irene Vallejo y también, con más rotundidad y relación, lo hace Ramón. A mí me ha pasado igual, mientras leía esta novela-ensayo que es “El pan que como” no dejaba de pensar en la magnífica obra de Irene: Una muestra de erudición que sabe conducir con mano amena por tan largos derroteros. En aquél caso por los laberínticos de los libros y en este por el más sencillo, pero no menos peliagudo por cómo lo trata, de la comida. Con razón la autora está propuesta para ocupar un sillón de la RAE.
ResponderEliminarNo sé si habréis echado en falta algo que a mí me ha chocado y es que, dado el tiempo en que sitúa esta narración-ensayo, cuando alude a los períodos de abstinencia durante la Cuaresma no mencione algo que en la España de la época era tan usual: la bula, que te permitía comer carne, previo pago, durante ese tiempo.
En cuanto a la estupenda aportación sobre el lenguaje, me gustaría añadir una frase de Clara Obligado en su libro “Salsa” y que repite en el que acaba de publicar: “Una casa lejos de casa” y que, en realidad, es una reminiscencia de otra ya acuñada por Oscar Wilde en “El fantasma de Canterbury”. La primera se refiere a la comunicación entre los latinoamericanos y los españoles y el segundo a la relación entre un inglés y un americano. Los dos vienen a decir: “Todo nos une, todo menos el idioma”.
El día 19 de abril estuve presente en la Tertulia para asistir a la excelente presentación de Luis.
ResponderEliminarEn mi opinión el libro aporta la erudición del ensayo y a la vez el impacto emocional del estilo narrativo novelado basado en la realidad.
El libro es una concienciación del significado de la alimentación humana: su historia, evolución, el esfuerzo cooperativo y solidario entre individuos de una misma generación y para futuras generaciones. Sin todo lo cual la supervivencia de nuestra especie habría sido imposible.
Es el recordatorio de nuestro lugar en la Naturaleza,de nuestra dependencia y del manejo que hagamos de ella.
Como la autora indica, para que el alimento llegue a nuestra boca hace falta el trabajo de muchas personas:agricultores, pescadores, carpinteros,,criadores de ganado, alfareros,cocineros,transportistas, y un largo etcétera de trabajadores a menudo mal pagados.
Ha sido necesario el trabajo e ingenio de mujeres para alimentar y cuidar a su prole, durante generaciones. Trabajo a menudo no reconocido e incluso despreciado.
Nos alimentamos de seres vivos animales y vegetales. Somos depredadores, por suerte para nosotros, en el último eslabón de la cadena. Los depredadores, han de atenerse a una condición: su número ha de ser menor que el de sus presas porque de lo contrario acabarían con ellas, se quedarían sin comida y unos y otros se extinguirían. Con nuestro manejo, los humanos hemos trascendido esta regla: criamos animales y vegetales modificando su naturaleza en cantidades industriales con el fin de que sus vidas sirvan para alimentar las nuestras.
Aparte de la crueldad, inconsciente o no, que supone contra los seres vivos, esto tiene un precio: desequilibrios ecológicos,exterminio de recursos, invasión de espacios,provocación de plagas y aparición de virus, etcétera.
La descripción, ( y concienciación) de ciclo del agua y la aventura para su utilización me parece excelente. Compartir el agua: acción de paz. Me recuerda que muchas fronteras entre países están definidas por ríos. Cada país bebe de de su orilla, ambos tienen agua. El agua del río mantiene la paz.
Un ameno tratado de la alimentación que recuerda detalles a menudo olvidados, sobretodo en los países de la abundancia.
(Este comentario es de Juan Manuel León)
ResponderEliminarEl pan que como
He disfrutado con este libro. Me parece digno de ser leído al menos una vez más para mejor gozar de la estética de su lenguaje sencillo, limpio y ameno. Tiene razón Luis cuando afirma que una única pasada por este texto no es suficiente para recrearse en él. Yo, sin prisa y sin orden, pasaré de nuevo por cada uno de sus apartados, poniendo más atención en cómo su autora cuenta las cosas y fijándome en su destreza en elegir las palabras y colocarlas en el orden sintáctico más adecuado.
Cualquiera de nosotros podríamos rubricar lo escrito por la autora porque, sin excepción, tenemos las mismas experiencias. Lo que hace ella es recopilarlas y extenderse en apuntes históricos y culturales muy bien traídos, y expresarlos con gracia. A mí también me ha recordado al “El infinito en un junco” de Irene Vallejo”.
Destaco la gratitud que manifiesta Paloma Díaz-Mas a los que han conseguido que la vida sea más fácil, la animal y la del alma. Y que, para hacerlo, utilice tan bello lenguaje. En un país de olvidadizos como es España, de ingratos, dice Galdós en “Misericordia”, se hace muy necesario que se alcen muchas voces de reconocimiento al mérito.
En el momento actual, ¿Cuántos elogios reciben las personas que han creado las vacunas, la tabla de salvación que nos librarán del coronavirus? Los medios de comunicación manosean la palabra pandemia hasta el hartazgo, pero se pasan los días y no nos hablan de esas personas que, con su desvelo, en tan corto tiempo, han encontrado la herramienta para cerrar el paso a ese virus todopoderoso. Por el contrario, se les da fama inmerecida a personas de poco o ningún fuste y , solo por llevan una vida escandalosa, se les gratifica con grandes cantidades de dinero echadas a perder. Demasiado negligentes son las autoridades de TVE y de Radio Nacional en cuanto a información.
Muy bien por esta propuesta. Mi agradecimiento para el presentador y a los que han publicado en el blog esos comentarios inteligentes.