miércoles, 2 de noviembre de 2016

DIEZ AÑOS DE TERTULIA LITERARIA:

10º Aniversario de la Tertulia Literaria
La tertulia cumple diez años. Celebrar un aniversario es siempre motivo de satisfacción. Lo es especialmente en este caso porque permite a los veteranos rememorar y comprobar que no se ha perdido el tiempo, y a los noveles saber de dónde venimos y cómo se ha llegado hasta aquí. Algunos proponen viajes, otros releer lecturas memorables y nuestra artista plástica plasmar la efemérides con un bodegón.
Tirando de recuerdos, encontramos este texto de Elena Escolano que escribió en septiembre de 2009, recordando las lecturas de la Tertulia durante el curso 2008-2009 y que se publicó como una de las primeras entradas de este blog: Una retrospectiva interesante.

UN AÑO DE LECTURA COMPARTIDA
“Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.”
He aquí unas palabras de Jorge Luis Borges que bien podríamos hacer nuestras, ya que lo que nos reúne en esta Aula Literaria es el interés, siempre noble, por la lectura. Pienso que a todos los que asistimos a las dos horas semanales de la asamblea, el curso lectivo nos parece corto, porque quisiéramos conocer y comentar el mayor número posible de libros ya sea verso, prosa, ensayo o cualquiera de los géneros literarios que ocupe maravillosamente nuestro tiempo.
Pero este concepto, tiempo, juega con nosotros. Limita nuestras horas.  Hagamos, no obstante, sitio a una mirada retrospectiva sobre el trabajo realizado el pasado curso. Puede ser agradable recordar.
El primer libro leído fue “El Amante”, relato no muy largo de Marguerite Duras, premio Goncourt 1984. Este reconocido premio y la importancia que tuvo su autora en el movimiento llamado “Nouveau roman”, motivaron nuestra elección. La intensidad de la voz narrativa, en gran parte autobiográfica, el tema –(la relación carnal entre una jovencísima muchacha blanca de la sociedad colonial francesa con un  nativo de Indochina, rico y de bastante más edad), junto al  exotismo de los lugares descritos, originaron un gran interés en los asistentes a la tertulia. Sorprendió su personalísimo estilo, inimitable, donde encontramos pasajes de un realismo descarnado al lado de otros de bellísima plasticidad. La novela aparece publicada en “Editions de minuit”, empresa cultural muy rigurosa fundada durante La Resistencia por autores comprometidos políticamente, como Camus, Louis Aragon, Paul Eluard y otros coetáneos.
La noticia como novedad literaria del último libro escrito por el autor y humorista inglés Alan Bennet, “Una lectora nada común”, nos animó a conocerla. Esta “aguda meditación acerca del subversivo placer de la lectura”, según la calificó Michiko Katutani en The New York Times, nos cuenta cómo la adicción a dicho placer es capaz de cambiar un carácter y unos hábitos de vida: nada menos que los de la reina Isabel II de Inglaterra. A la visión hipotética del personaje añade una crítica mordaz e inteligente de la monarquía y de la clase política. No defraudó el libro y se hizo un debate apasionado de él.
Llegó la poesía con dos poemas de José Hierro: “A orillas del East River” y “Segundo amor.” Su autor forma parte de la llamada  “Generación del medio siglo”. Por sus vivencias durante nuestra Guerra Civil, los temas de las primeras poesías fueron sobre todo reivindicativos. Más tarde derivaron hacia una preocupación existencial. En estas Orillas del East River recuerda a gentes que “pasaron”. Hay una alusión a la guerra padecida, nos habla de desencuentros, de trenes que se cruzan y se alejan en sentidos opuestos. Es el dolor del poeta envuelto en una bellísima metáfora continuada: “Gaviotas de luz, migajas de lágrimas, papel deshabitado…” Hay un recuerdo al cuento de Juan Rulf “Diles que no me maten”.  La sinceridad de sus palabras hace que nos emocionemos con sus versos, que nos parezcan tan próximos. Esta corriente de melancolía sigue en el poema que llama “Segundo amor”, de “El libro de las alucinaciones”.  Fue muy evidente que la magia de la inspiración poética se agradece sobremanera entre nosotros. Gustav Siebermann habló así del poeta: “José Hierro, en su proceso creador, al renunciar a lo puramente lírico, opta por la casi silenciada delación de una verdad sin falsas apariencias”. Y el mismo Hierro dice hacer “poesía más ligada al hombre, a la tierra, más ocupada de la vida que del arte” Quedó en nuestra conciencia un eco de humanidad hecho poema.
Después se propuso el libro de cuentos de Manuel Rivas “¿Qué me quieres, amor?” Este autor, de total actualidad y reconocido con el Premio Nacional de Narrativa, nos hizo apreciar la capacidad de síntesis e intensidad que puede guardar el relato corto, sobre el que tanto se especula en este momento. Como buen creador gallego mezcla en sus procedimientos artísticos la naturaleza y el espíritu, nos estremece con las resonancias poéticas de su Galicia profunda, así como con la entereza moral de ciertos personajes (inolvidable el maestro republicano del cuento “La lengua de las mariposas”). 
Alcanzando ya casi la mitad de nuestro tiempo de lecturas, entramos a “vivir” la pesadilla del viaje al que nos lleva Joseph Conrad (1857-1924) con su novela “El corazón de las tinieblas”. Libro que, editado por vez primera en 1902, nunca ha dejado de estar de actualidad. Su autor, polaco que escribe en un perfecto inglés, sorprende al lector más sereno con su “oscuro patetismo catastrófico de eslavo”, en opinión de José María Valverde. Partiendo de este patetismo, Conrad, además de evidenciar la nefasta y mal llamada colonización belga en el corazón de África, crea unos personajes cuya aventura nos mantiene en un estado de zozobra  hasta el final del relato. Tanto Rafael Argullol -comentarista de Conrad- como J. L. Borges, comparan su estructura con la de “El Infierno” de Dante en “La Divina Comedia” (si bien aquí no hay Virgilio que acompañe). Pero, dicen, que Dante crea una atmósfera pictórica; en cambio, en Conrad, su oscuridad parece estar presidida por una música de percusión, espasmódica. Música que llega desde las orillas selváticas que acompañan al vapor en toda su ascensión por el río Congo. No puedo terminar este forzosamente limitado recordatorio sin magnificar la atracción que el controvertido Kurtz (para Conrad no es ni héroe ni demonio) ejerce sobre Marlow hasta apoderarse de manera obsesiva de su corazón y de su mente en esta aproximación a un estudio de la locura.
El siguiente libro fue el de Josefina Aldecoa, “Historia de una maestra”. Aquí el estilo es sencillo y directo. Sí hay amargura, puesto que cuenta la frustración que para los educadores de la España de los años treinta suponía el desarrollo de su cometido. Y a esta frustración hay que sumarle, como reconoce la propia autora, la desventaja que en su tiempo significaba haber nacido mujer. Josefina Aldecoa, con prosa contenida, sin buscar estridencias más allá de la verdad en sus confesiones, planteó un apasionado debate entre los compañeros del Aula.
Y ahora hacemos un brusco giro en nuestro camino y pasamos a analizar “Los crímenes de la calle Morgue”, cuento del que procede, según el maestro Borges, “el caudaloso género policial que hoy fatiga las prensas” (¡Qué actualidad!). A su autor, Edgar Allan Poe (Boston,1809-1849 ) hay que considerarlo como a un genio de las letras entre los escritores de los Estados Unidos. Curiosamente empezó a ser conocido antes en Francia que en América, pues fue Baudelaire quien primero le admiró, escribió bellas páginas sobre él y supo comprender su azarosa vida y su neurosis. Deseó ante todo ser poeta, y lo fue, pero, por imperativos económicos, escribió cuentos magistrales que hoy nos quedan como ejemplo de literatura fantástica y del horror. Es significativo que para desentrañar la dificultad en que envuelve la autoría de “Los crímenes de la calle Morgue,” Poe aplique el método hipotético-deductivo a través de las inteligentes palabras y silencios de los dos personajes que abren la trama. A pesar da la bohemia y el desorden que determinaron el vivir de Edgar Allan Poe, uno de los poetas “puros” más reconocido de la literatura francesa, Paul Valéry, dijo: “Poe es el único escritor impecable que hay. Nunca se equivocó.”
No podíamos dejar de “mirar” hacia la siempre bien nutrida Italia (aquí en sentido literario). El escritor italiano Antonio Tabucchi (Vecchiano 1943), de prestigio internacional, tiene en su haber el ser un gran conocedor y traductor de Fernando Pessoa. También en el libro seleccionado por nosotros para su análisis, “Sostiene Pereira”, evidencia su conocimiento de Portugal y sus gentes. De esta novela, de 178 páginas, el propio Tabucchi nos dice que se trata, sobre todo, de una crisis existencial. La cuestión política, situando el argumento en el Portugal salazarista y opresor, es tema necesario para acercarnos al proceder ético del protagonista. Éste, periodista sin grandes ambiciones, rutinario y algo neurótico, al verse implicado por azar en los idealismos de otros seres resuelve su angustia de conciencia comprometiéndose hasta la valentía de desenmascarar un crimen político. El hecho de integrar en la novela a personajes procedentes de la España inmersa en la Guerra Civil, añade interés para nosotros, los lectores españoles. Y la repetición del “Sostiene Pereira” como leitmotiv del relato, consigue un eficaz recurso literario. Esto fue objeto de discusión, pero creo recordar que hubo aceptación mayoritaria.
Muy entrados ya en el mes de abril pasamos a analizar “La invención de la soledad” del norteamericano y actualísimo Paul Auster. Hombre culto, conocedor de la literatura francesa y otras europeas, influenciado por Kafka y Becket. En poesía admira a Hölderling y a Leopardi, en ensayo, a Montaigne. El Don Alonso Quijano cervantino es otro de sus paradigmas. La novela que hoy nos ocupa, de carácter autobiográfico, con manifiestas connotaciones filosóficas, reflexiona sobre la identidad personal, la circunstancia y el destino, aunque el soporte primordial de ella sean los problemas que conllevan la paternidad y la memoria. No resultó libro de fácil lectura. Pero la voluntad fue la de comprender al, en tantas ocasiones, enigmático Paul Auster.
Quedaba el tiempo justo para conocer o recordar el que sería último libro de nuestra actividad como grupo lector durante este curso 2008-2009. En esta ocasión nos decidimos por el gran nombre de las letras germanas Thomas Mann, (1875-1955). De su extensa producción y extensos libros tan famosos como “Los Buddenbrook” y “La Montaña Mágica”, seleccionamos la novela corta “Muerte en Venecia”, muy conocida por su adaptación cinematográfica. Por ella pasan gran parte de las obsesiones que acompañan toda la existencia del escritor. Una de ellas la de la homosexualidad. Es larga e intensa la lucha del protagonista de la obrita entre el sentido de la moral establecida y su pasión amorosa, tácita, por un bello muchacho. Siempre en un todo presidido por una gran preocupación estética. Se publica en 1913 y su autor dice de su novela que es “Un resón, ya morboso, ya medio paródico de la gran alemaneidad”. Lo que si mereció fue un análisis de fondo y forma entusiasta. No en vano dicen que “leer una novela de Thomas Mann es participar en un debate”. Le fue concedido el Premio Nóbel de las Letras en 1929.
Hemos leído. Con honrada dedicación. Con interés real. Si todo ello nos ha llevado a intentar la aventura de ser nosotros los autores de algún poema o relato novelesco, podemos creer que ha sido el mejor empleo de nuestro tiempo de lectura compartida. De cualquier manera ha sido un bello tiempo el dedicado.  Porque, volviendo a mi admirado Borges, “...un escritor no es una persona que conozca el oficio de escribir: es, ante todo, una persona especialmente sensible a los hechos, a las cosas. Lo principal es la sensibilidad poética, lo demás es mera literatura… --como lo dijo Verlaine en excelente literatura--, lo demás es oficio. Y lo menos importante es el oficio; lo más importante es permanecer despierto en un…estar consciente de las cosas”.  (“Borges para millonarios”, en el libro “Borges A/Z”, pág. 88. Ediciones Siruela. La Biblioteca de Babel).

Elena Escolano
Septiembre de 2009

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